Sandra Aravena Cuentera

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viernes, 18 de marzo de 2011

Gabriela en flor... Mistral como el viento frío, seco, susurrante...



Sin duda una de las grandes mujeres que caminó sobre estas tierras latinoamericanas, fue (es) Gabriela Mistral. Gabriela de Gabrielas... Mistral, como aquel lugar.

¿Por qué hablo de ella? porque es una mujer -como tantas- olvidada en cierto sentido. Y creo que cuando se olvida a alguien en "cierto sentido", se le olvida por completo. Es como dividir el universo, si se divide, ya no existe más.

Nos hacen creer que esta escritora chilena es eso: una escritora chilena. Pero se olvidan de sus escritos dirigidos a la mujer, olvidan sus pensamientos, reflexiones y vida dedicada a cultivar eso fresco y matutino de lo femenino. Claro, no como se pide, sino cómo se siente.

Se olvidan de sus escritos políticos, de su desarrollo teórico como maestra, se olvidan que detrás de los "piececitos de niño" o del "todas íbamos a ser reinas" hay algo más profundo y cierto que lo que enseñan los libros de escuelas, en que aparece ella, con su foto y boina.
Hay un ser maravilloso, creativo, lleno de un profundo amor por la humanidad.

Por eso hoy hablo de ella.

Probablemente no será la única vez que lo haga, porque en este tiempo maravilloso me la he topado bastante, como madre que llama a una hija en cada esquina. Como cuando en la calle bulliciosa escuchamos nuestro nombre (no supimos si nos llamaban, o era para otra persona), pero ahí la encontré. Esta historia la dejaré para más adelante, espero que algunos días nada más.

Ahora, comparto con ustedes un escrito maravilloso, sobre el arte de contar cuentos, escrito hacia el año 1929, en Avignon, Francia.

Por GABRIELA MISTRAL

Contar.

Poco toman en cuenta en las normales para la valorización de un maestro, poco se la estimulan si la tiene y menos se la exigen si le falta, esta virtud de buen contar que es una cosa mayorazga e la escuela. Lo mismo pasa con las condiciones felices del maestro para hacer jugar a los niños, que constituyen una vocación rara y sencillamente preciosa. Lo mismo ocurre con el lote entero de la gracia, dentro de negocio pedagógico. (El filisteísmo vive cómodo en todas partes; pero muy especialmente se ha sentado como patrón en el gremio pedagógico dirigente).

Sin embargo, contar es la mitad de las lecciones; contar es medio horario y medio manejo de los niños, cuando, como en adagio, contar es encantar, con lo cual entra en la magia.

(…) Caldeado en niño con el relato, echado así de bruces en el tema, con el gusto del nadador que se zambulle, él entra en la criatura (…) como un elemento que le da gozo, y él dará dentro del tema los pasos que se quiera, a lo menos, los que permita la suma de interés levantado por la narración en confluencia con la imagen.

Quedamos, pues en quien sabe contar donosamente tiene aprovechado y seguro medio programa.

Ahora vendría establecer lo que es buen contar.

Creo que no se sabe esto preguntándolo a un técnico en fábulas o sea a un escritor, sino recordando quiénes nos contaron en nuestra infancia los “sucedidos” prodigiosos que nos sobrenadan en la memoria desde hace treinta años.

Mi madre no sabía contar o no le gustaba hacerlo. Mi padre sabía contar, pero sabía demasiadas cosas, desde su buen latín hasta su noble dibujo decorativo; era hombre extraordinario y yo prefiero acomodarme de los contadores corrientes. Dos o tres viejos de la aldea me dijeron que el folclore de Elqui –mi región- y esos relatos con la historia bíblica que me enseñara mi hermana maestra en vez del cura, fueron toda, toda mi literatura infantil. Después he leído cuantas obras maestras del género infantil andan por el mundo. Yo quiero decir que las narraciones folklóricas de mis cinco años y las demás que me han venido con mi pasión folklórica después son las mejores para mí, , son eso que llaman la “Belleza pura” los profesores de estética, las más embriagantes como fábula y las que yo llamo clásicas por encima de todos los clásicos.

El narrador en el folklore no usa del floridismo, no borda florituras pedantes, florituras empalagosas; no fuerza con el adjetivo habilidoso el interés; éste brota honrado y límpido del núcleo mismo de la fábula. El narrador folklórico es vivo a causa de la sobriedad, de que cuenta siempre alguna cosa mágica, o extraordinaria a lo menos, que está bien cargada de electricidad creadora. Con la repetición milenaria el relato, como el buen gimnasta, ha perdido la grasa de los detalles superfluos y ha quedado en puros músculos. El relato folklórico de este modo no es largo ni se encuentra atollado en las disgresiones, caminan como la flecha a su centro y no fatiga ojo de niño ni de hombre. Esas son, creo, las cualidades capitanas del relato popular.

¿Y las del contador? De lo anterior se desprenden algunas de ellas.

El contador ha de ser sencillo y hasta humilde si ha de repetir todo sin añadidura fácula maestra que no necesita adobo; deberá ser donoso, surcado de gracia en la palabra, espejeante de donaire, pues el niño es más sensible que Goethe o que Ronsard a la gracia; deberá reducirlo todo a imágenes, cuando describe, además de contar, y también cuando se cuenta, dejando si auxilio de estampa sólo aquello que no puede trasmutarse en ella; deberá renunciar a lo extenso que en narración es más gozo de adulto que de niño; deberá desgajar en el racimo de fábulas que se ha ido formando las de relación caliente con su medio;: fruta, árbol, bestia o paisaje cotidiano, procurará que s cara y gesto le ayuden fraternalmente el relato bello porque el niño gusta de ver conmovido y muy vivo el rostro del que cuenta. Si su voz es fea, medios hay de que la eduque siquiera un poco hasta sacarle alguna dulzura, pues es regalo que agradece el que escucha una voz grata y que se pliega como una seda al asunto.

Si yo fuese directora de normal, una cátedra de folklore general y regional abriría en la escuela. Además –insisto- no daría título de maestro a quien no contase con agilidad, con dicha, con frescura y hasta con alguna fascinación.

(en Recados para América. Texto reducido para esta publicación)

1 comentario:

Marcelo Guerrero dijo...

"Con la repetición milenaria el relato, como el buen gimnasta, ha perdido la grasa de los detalles superfluos y ha quedado en puros músculos."
Qué bella frase! Es la metáfora que deja sin excusa al narrador que piensa que no debe entrenar sus cuentos...
Gracias por compartir tan lúcido escrito. Se esperan más!!!

Un abrazo